Ing. Alfredo Medina Vidiella en la Revista Selecciones.
Corría el año de 1962, las industrias madereras que creara el Ing. Alfredo Medina Vidiella
en los estados de Yucatán : Maderas de Yucatán en el Campamento La Sierra y
Maderera del Trópico, en la Colonia Yucatán; así como Caobas Mexicanas en el poblado
de Zoh Laguna , en el vecino estado de Campeche, estaban en auge.
Aparte de estas empresas estaban las comercializadoras y oficinas de venta en muchas
partes del país y del mundo.
Esto llamó la atención de la prestigiosa revista Selecciones del Reader’s Digest para
enviar a sus corresponsales a elaborar un amplio reportaje sobre la obra de Medina
Vidiella, para publicar a través de una colección de artículos que dan ejemplos de grandes
triunfos logrados por el esfuerzo, la perseverancia y la fe, de los hombres visionarios .
Para ello visitaron esos poblados y sus selvas, y sobrevolaron la península de Yucatán
para conocer los lugares donde se asentaban esas industrias.
Este reportaje fue publicado en El Libro de los éxitos, que tiene en su portada dibujos de
inventos y obras que permitieron el desarrollo industrial del mundo moderno,; así como
imágenes de grandes hombres como Cristóbal Colón, Marconi, Henry Ford y otros.
Este documento que presentamos es tomado de un artículo del libro original que Ariel
López Tejero conserva como un gran tesoro y que ha proporcionado para su difusión sin
fines de lucro a esta página de la Colonia Yucatán, mismo que presentamos a
continuación:
LO LLAMABAN “EL LOCO”
Cómo un solo hombre reconquistó a Yucatán.
Por Robert Spiers Benjamin.
Condensado de “ Américas”
EL LIBRO DE LOS ÉXITOS.
Cuando el joven Alfredo Medina se lanzó a colonizar el interior de Yucatán, hasta sus
amigos lo llamaban “el loco”. Durante 400 años-desde que las voraces selvas yucatecas
se tragaron el imperio de los mayas- la civilización sólo había sobrevivido en angosta faja
costanera de aquella región, la más selvática de México. Unos cuantos buscadores de
chicle penetraron en el interior, y algunos leñadores mordiscaron las selvas en los bordes
cercanos al mar; pero las vastas extensiones verdes de la región permanecieron
virtualmente intactas desde el golfo de México hasta el mar Caribe.
Alfredo Medina, hijo de un rico plantador de henequén (la resistente fibra usada para
fabricar cuerda y otros artículos) se graduó de ingeniero en el Instituto Politécnico
Rensselaer de la ciudad de Troy, en el estado de Nueva York, y regresó a Mérida, la
capital de Yucatán, donde se dedicó a la construcción de casas y caminos. Su negocio
marchaba prósperamente cuando en 1935 fueron expropiadas las haciendas de
henequén y parceladas en granjas comunales. La fortuna de Medina se desvaneció, cesó
la actividad de construcciones en Mérida, y la compañía de Alfredo se arruinó. Sólo le
quedaron al joven ingeniero un puñado de pesos y una idea.
Haciendo caso omiso de las alharacas compasivas de sus amigos, Alfredo desapareció
de la ciudad y se internó en la selva acompañado de un guía. Algunas semanas más
tarde se dirigió a un banco de Mérida- propietario de un magnífico bosque de cedro rojo
antillano que había descubierto en una excursión- y propuso que le concedieran el
derecho a talarlo mediante pago de un tanto por árbol. Los banqueros contaron a Alfredo
la triste historia de cómo aquel bosque había llegado a ser suyo a consecuencia del
fracaso de otro talador después de luchar tres años con la selva. “Ya lo sabía”, contestó
tesoneramente Medina.
Entonces ofrecieron venderle la propiedad en 26,000 pesos. “Ni siquiera tengo 260
pesos”, repuso Alfredo. Ante esta respuesta los banqueros adoptaron la actitud de que en
último término nada podían perder, y firmaron un contrato de tala a tanto por árbol.
Quince años después, un grupo de fabricantes estadounidenses de muebles hizo una
excursión aérea por Yucatán a invitación de Alfredo Medina. Volaron sobre un imperio
maderero de 1’400,000 hectáreas por cuyos 800 kilómetros de caminos se llevan los
cargamentos de cedro y rica caoba a dos puertos en los cuales se embarcan para
mercados extranjeros.
En el lugar donde Medina taló los primeros árboles vieron una ciudad modelo, con
enormes fábricas de nueva construcción que producen madera enchapada, muebles
desarmables y casas para armar para las ciudades en expansión creciente de México.
A 300 kilómetros de distancia hacia el sur vieron otra ciudad moderna en pleno desarrollo.
Viajando en el avión DC-3 particular de Medina, oyeron como “el Loco” hablaba por
radioteléfono desde el aeroplano con las oficinas y los remotos campamentos de
avanzada.
Medina ha tenido éxito por haber desafiado las tradiciones. “La cosa de mayor valor-dice-
que aprendí en Renssalaer fue ensuciarme las manos”. Era tradicional que los jóvenes de
buena familia se mantuviesen alejados del trabajo manual. Pero cuando Alfredo la
emprendió con su primera concesión maderera, manejó un machete al frente de la
cuadrilla que abrió una trocha de 65 kilómetros hasta el primitivo puerto de El Cuyo. Por
meses durmió en una hamaca y ayudó a aserrar los gigantescos cedros que tiros de
mulas arrastraban hasta el golfo.
La segunda innovación que hizo fue todavía más revolucionaria. Los inseguros
campamentos de buscadores de chicle y taladores en Yucatán eran otros tantos refugios
de vagabundos y fugitivos de la justicia a quienes podía contratarse por salarios muy
bajos. Por regla general se les daba mala alimentación y miserable alojamiento.
3
A su vez los trabajadores hurtaban el esfuerzo y reducían la producción que el libertinaje y
el elevado número de enfermos mermaban todavía más.
Medina buscó a sus hombres en las familias yucatecas y les ofreció salarios y bonos.
“Durante un tiempo-dice- ellos ganaron más que yo”. Eran hombres a los cuales podía
hacer partícipes de su sueño personal para el porvenir. Por la noche les hacía en el
campamento brillantes descripciones de “lo que podemos hacer”- casas permanentes
para las familias de los trabajadores, escalas ascendentes de salarios, crecientes
oportunidades para los industriosos.
El nuevo punto de vista trajo su recompensa por lealtad y cooperación. En pocos meses
Alfredo logró improvisar una pista de aterrizaje, alquilar un avión de carga y llevar por aire,
pieza por pieza, maquinaria de aserrar hasta el campamento, al cual bautizó con el
nombre de Colonia Yucatán.
Luego envió tablones en vez de trozas por la trocha hasta el Cuyo. Más tarde, para llegar
más aprisa al puerto, Alfredo ideó un ferrocarril de 60 centímetros de anchura por el cual
un tractor con ruedas de caucho arrastraba 15 vagones de plataforma y hacía el trabajo
de una flota de camiones.
En el segundo año, Alfredo pagó al banco 40,000 pesos de derechos. Al cabo de cuatro
años compro la propiedad… por un millón de pesos en vez de los 26,000 pesos que el
banco le pidió en la primera entrevista. Pero el trato todavía era excelente.
Colonia Yucatán alberga actualmente a la mayor parte de los 3.000 obreros de Medina
con sus familias. Por cada casita, con electricidad y agua corriente, no se exige el pago de
arrendamientos, pero a condición de que el inquilino la pinte todos los años y tenga los
cerdos y pollos dentro del cercado.
Cuando la gente quiso tener cinematógrafo, Medina lo construyó, pero insistió en que un
comité de obreros lo administrara comercialmente para ganar dinero. Recientemente el
comité empezó los trabajos de una piscina de natación en la plaza principal que será
costeada con las ganancias del cinematógrafo.
Medina también es dueño de los mercados, la barbería, la panadería y otros edificios,
pero los alquila como concesiones.
Sus oficinas vigilan para que los precios den a los concesionarios beneficios que no
pasen de modestos; en compensación los garantiza contra pérdidas.
Un hospital moderno y un estricto reglamento de sanidad combaten con éxito las
enfermedades de la selva; es obligatoria la asistencia a la escuela modelo construida por
la compañía. Además la ciudad está prácticamente limpia de delincuentes, condición que
data del primer robo cometido en el rudo campamento original. Cuando el culpable fue
identificado, Medina le dio la paga de despido, le entregó alimentos y le hizo salir
caminando por la trocha hasta el puerto a tres días de distancia.
4
Esta Ley de la selva ha sido observada desde entonces por aclamación popular. Es un
enérgico disuasivo.
Medina paga al peón 20 pesos por día, pero los conductores de explanadoras y otros
obreros de primera fila ganan hasta 85 pesos. Estos salarios, unidos a la casa habitación
y otros beneficios, son extraordinarios en México. Pero no son desproporcionados con los
altos niveles de producción alcanzados por los métodos de Medina. “Si no fuese
beneficioso no podríamos hacerlo”, explica claramente.
En 1946, Medina inició la conquista del verdadero corazón de Yucatán. El primer paso fue
emplear a Don Drury, joven ingeniero forestal de la Universidad de Washington. Drury
instaló la fábrica de madera enchapada y se convirtió en socio y director general de todas
las industrias de la Colonia Yucatán.
Medina hizo constantes vuelos de ida y vuelta a sus oficinas de la ciudad de México para
organizar una nueva compañía para explotar las reservas de caoba virgen que hay en el
interior de la selva.
El centro productor de caoba, Zoh Laguna, fue literalmente fundado por el aire. Debe su
nombre – Laguna Seca- a uno de los azahares naturales que contribuyeron a arruinar a
los mayas. Con toda su riqueza forestal, el sur de Yucatán carece prácticamente de agua
en la superficie. La lluvia se sumerge en los estratos subyacentes de piedra caliza y
algunas veces excava receptáculos subterráneos.
A veces la cubierta de uno de ellos se hunde y abre profunda sima al aire libre. Pero como
ocurrió en Zoh Laguna, el mismo lecho calizo del lago se hunde muchas veces con el
tiempo, y lo que parecía abundante depósito de agua desaparece de la noche a la
mañana.
Esta sucesión de hundimientos puede tal vez explicar las ruinas mayas de las cercanías
que los exploradores forestales de Medina han visto desde el aire.
Pero el lugar era estratégico y no distaba mucho de una pista de aterrizaje cubierta de
matorrales y utilizada hace tiempo por una expedición de buscadores de chicle. Los
marcadores de trochas legaron hasta allí abriendo a machetazos un sendero de 250
kilómetros de longitud hasta el puertecillo marítimo de Chetumal.
Cuando agrandaron el espacio libre, se transportaron en avión, centenares de hombres,
una central de energía eléctrica, casas para armar, provisiones, agua y mulas. Entre
tanto, una flota de explanadoras y camiones inició la construcción de una carretera desde
Chetumal.
Antes que las cuadrillas que construían la carretera llegasen hasta ella, Zoh Laguna era
una ciudad activa con caminos radiales hasta los mejores bosques madereros y pozos de
agua. El primer camión que llegó a la ciudad en 1947 fue despachado sin pérdida de
tiempo a Chetumal con caoba destinada a la Florida.
5
“Esta no es una explotación forestal de otros tiempos, sino una granja de caoba”, hace
observar Medina mientras señala un vivero que contiene millones de pies de árbol y del
cual proceden lo que se plantan en el bosque enseguida de talarlo.
Todas las etapas del funcionamiento de la empresa están planeadas para el porvenir. La
carretera de Chetumal, que abre a las comunicaciones una zona de más de 100,000
kilómetros cuadrados, está sólidamente construida y provista de puentes para ser el
primer eslabón de un sistema de carreteras que con el tiempo conectará la península con
el interior de México.
Mientras tanto, una campaña incesante de drenaje y saneamiento ayudada por el
poderoso desinfectante DDT, ha vencido a la malaria y la disentería, la viruela y otras
amenazas semejantes.
La mayoría de los hombres de Medina y sus familias- unas 10,000 personas en total- son
de origen maya. Están mejor alimentados, mejor albergados y más sanos que lo estuvo
en toda la historia de su raza. Están criando hijos instruidos, aprendiendo artes nuevas y
creando un espíritu nuevo.
En 15 años, el esfuerzo y la inteligencia de Medina los han elevado desde el mero nivel
de subsistir al estado de productores y consumidores importantes, constructores de una
economía más fuerte para su país.
Medina ha demostrado cómo las muchas grandes zonas de la América Latina que están
intactas pueden hacerse productivas y habitables para la creciente población… y por la
propia actividad de los naturales, sin enormes inversiones iniciales, sin préstamos
extranjeros y sin ayuda del gobierno.
Corría el año de 1962, las industrias madereras que creara el Ing. Alfredo Medina Vidiella
en los estados de Yucatán : Maderas de Yucatán en el Campamento La Sierra y
Maderera del Trópico, en la Colonia Yucatán; así como Caobas Mexicanas en el poblado
de Zoh Laguna , en el vecino estado de Campeche, estaban en auge.
Aparte de estas empresas estaban las comercializadoras y oficinas de venta en muchas
partes del país y del mundo.
Esto llamó la atención de la prestigiosa revista Selecciones del Reader’s Digest para
enviar a sus corresponsales a elaborar un amplio reportaje sobre la obra de Medina
Vidiella, para publicar a través de una colección de artículos que dan ejemplos de grandes
triunfos logrados por el esfuerzo, la perseverancia y la fe, de los hombres visionarios .
Para ello visitaron esos poblados y sus selvas, y sobrevolaron la península de Yucatán
para conocer los lugares donde se asentaban esas industrias.
Este reportaje fue publicado en El Libro de los éxitos, que tiene en su portada dibujos de
inventos y obras que permitieron el desarrollo industrial del mundo moderno,; así como
imágenes de grandes hombres como Cristóbal Colón, Marconi, Henry Ford y otros.
Este documento que presentamos es tomado de un artículo del libro original que Ariel
López Tejero conserva como un gran tesoro y que ha proporcionado para su difusión sin
fines de lucro a esta página de la Colonia Yucatán, mismo que presentamos a
continuación:
LO LLAMABAN “EL LOCO”
Cómo un solo hombre reconquistó a Yucatán.
Por Robert Spiers Benjamin.
Condensado de “ Américas”
EL LIBRO DE LOS ÉXITOS.
Cuando el joven Alfredo Medina se lanzó a colonizar el interior de Yucatán, hasta sus
amigos lo llamaban “el loco”. Durante 400 años-desde que las voraces selvas yucatecas
se tragaron el imperio de los mayas- la civilización sólo había sobrevivido en angosta faja
costanera de aquella región, la más selvática de México. Unos cuantos buscadores de
chicle penetraron en el interior, y algunos leñadores mordiscaron las selvas en los bordes
cercanos al mar; pero las vastas extensiones verdes de la región permanecieron
virtualmente intactas desde el golfo de México hasta el mar Caribe.
Alfredo Medina, hijo de un rico plantador de henequén (la resistente fibra usada para
fabricar cuerda y otros artículos) se graduó de ingeniero en el Instituto Politécnico
Rensselaer de la ciudad de Troy, en el estado de Nueva York, y regresó a Mérida, la
capital de Yucatán, donde se dedicó a la construcción de casas y caminos. Su negocio
marchaba prósperamente cuando en 1935 fueron expropiadas las haciendas de
henequén y parceladas en granjas comunales. La fortuna de Medina se desvaneció, cesó
la actividad de construcciones en Mérida, y la compañía de Alfredo se arruinó. Sólo le
quedaron al joven ingeniero un puñado de pesos y una idea.
Haciendo caso omiso de las alharacas compasivas de sus amigos, Alfredo desapareció
de la ciudad y se internó en la selva acompañado de un guía. Algunas semanas más
tarde se dirigió a un banco de Mérida- propietario de un magnífico bosque de cedro rojo
antillano que había descubierto en una excursión- y propuso que le concedieran el
derecho a talarlo mediante pago de un tanto por árbol. Los banqueros contaron a Alfredo
la triste historia de cómo aquel bosque había llegado a ser suyo a consecuencia del
fracaso de otro talador después de luchar tres años con la selva. “Ya lo sabía”, contestó
tesoneramente Medina.
Entonces ofrecieron venderle la propiedad en 26,000 pesos. “Ni siquiera tengo 260
pesos”, repuso Alfredo. Ante esta respuesta los banqueros adoptaron la actitud de que en
último término nada podían perder, y firmaron un contrato de tala a tanto por árbol.
Quince años después, un grupo de fabricantes estadounidenses de muebles hizo una
excursión aérea por Yucatán a invitación de Alfredo Medina. Volaron sobre un imperio
maderero de 1’400,000 hectáreas por cuyos 800 kilómetros de caminos se llevan los
cargamentos de cedro y rica caoba a dos puertos en los cuales se embarcan para
mercados extranjeros.
En el lugar donde Medina taló los primeros árboles vieron una ciudad modelo, con
enormes fábricas de nueva construcción que producen madera enchapada, muebles
desarmables y casas para armar para las ciudades en expansión creciente de México.
A 300 kilómetros de distancia hacia el sur vieron otra ciudad moderna en pleno desarrollo.
Viajando en el avión DC-3 particular de Medina, oyeron como “el Loco” hablaba por
radioteléfono desde el aeroplano con las oficinas y los remotos campamentos de
avanzada.
Medina ha tenido éxito por haber desafiado las tradiciones. “La cosa de mayor valor-dice-
que aprendí en Renssalaer fue ensuciarme las manos”. Era tradicional que los jóvenes de
buena familia se mantuviesen alejados del trabajo manual. Pero cuando Alfredo la
emprendió con su primera concesión maderera, manejó un machete al frente de la
cuadrilla que abrió una trocha de 65 kilómetros hasta el primitivo puerto de El Cuyo. Por
meses durmió en una hamaca y ayudó a aserrar los gigantescos cedros que tiros de
mulas arrastraban hasta el golfo.
La segunda innovación que hizo fue todavía más revolucionaria. Los inseguros
campamentos de buscadores de chicle y taladores en Yucatán eran otros tantos refugios
de vagabundos y fugitivos de la justicia a quienes podía contratarse por salarios muy
bajos. Por regla general se les daba mala alimentación y miserable alojamiento.
3
A su vez los trabajadores hurtaban el esfuerzo y reducían la producción que el libertinaje y
el elevado número de enfermos mermaban todavía más.
Medina buscó a sus hombres en las familias yucatecas y les ofreció salarios y bonos.
“Durante un tiempo-dice- ellos ganaron más que yo”. Eran hombres a los cuales podía
hacer partícipes de su sueño personal para el porvenir. Por la noche les hacía en el
campamento brillantes descripciones de “lo que podemos hacer”- casas permanentes
para las familias de los trabajadores, escalas ascendentes de salarios, crecientes
oportunidades para los industriosos.
El nuevo punto de vista trajo su recompensa por lealtad y cooperación. En pocos meses
Alfredo logró improvisar una pista de aterrizaje, alquilar un avión de carga y llevar por aire,
pieza por pieza, maquinaria de aserrar hasta el campamento, al cual bautizó con el
nombre de Colonia Yucatán.
Luego envió tablones en vez de trozas por la trocha hasta el Cuyo. Más tarde, para llegar
más aprisa al puerto, Alfredo ideó un ferrocarril de 60 centímetros de anchura por el cual
un tractor con ruedas de caucho arrastraba 15 vagones de plataforma y hacía el trabajo
de una flota de camiones.
En el segundo año, Alfredo pagó al banco 40,000 pesos de derechos. Al cabo de cuatro
años compro la propiedad… por un millón de pesos en vez de los 26,000 pesos que el
banco le pidió en la primera entrevista. Pero el trato todavía era excelente.
Colonia Yucatán alberga actualmente a la mayor parte de los 3.000 obreros de Medina
con sus familias. Por cada casita, con electricidad y agua corriente, no se exige el pago de
arrendamientos, pero a condición de que el inquilino la pinte todos los años y tenga los
cerdos y pollos dentro del cercado.
Cuando la gente quiso tener cinematógrafo, Medina lo construyó, pero insistió en que un
comité de obreros lo administrara comercialmente para ganar dinero. Recientemente el
comité empezó los trabajos de una piscina de natación en la plaza principal que será
costeada con las ganancias del cinematógrafo.
Medina también es dueño de los mercados, la barbería, la panadería y otros edificios,
pero los alquila como concesiones.
Sus oficinas vigilan para que los precios den a los concesionarios beneficios que no
pasen de modestos; en compensación los garantiza contra pérdidas.
Un hospital moderno y un estricto reglamento de sanidad combaten con éxito las
enfermedades de la selva; es obligatoria la asistencia a la escuela modelo construida por
la compañía. Además la ciudad está prácticamente limpia de delincuentes, condición que
data del primer robo cometido en el rudo campamento original. Cuando el culpable fue
identificado, Medina le dio la paga de despido, le entregó alimentos y le hizo salir
caminando por la trocha hasta el puerto a tres días de distancia.
4
Esta Ley de la selva ha sido observada desde entonces por aclamación popular. Es un
enérgico disuasivo.
Medina paga al peón 20 pesos por día, pero los conductores de explanadoras y otros
obreros de primera fila ganan hasta 85 pesos. Estos salarios, unidos a la casa habitación
y otros beneficios, son extraordinarios en México. Pero no son desproporcionados con los
altos niveles de producción alcanzados por los métodos de Medina. “Si no fuese
beneficioso no podríamos hacerlo”, explica claramente.
En 1946, Medina inició la conquista del verdadero corazón de Yucatán. El primer paso fue
emplear a Don Drury, joven ingeniero forestal de la Universidad de Washington. Drury
instaló la fábrica de madera enchapada y se convirtió en socio y director general de todas
las industrias de la Colonia Yucatán.
Medina hizo constantes vuelos de ida y vuelta a sus oficinas de la ciudad de México para
organizar una nueva compañía para explotar las reservas de caoba virgen que hay en el
interior de la selva.
El centro productor de caoba, Zoh Laguna, fue literalmente fundado por el aire. Debe su
nombre – Laguna Seca- a uno de los azahares naturales que contribuyeron a arruinar a
los mayas. Con toda su riqueza forestal, el sur de Yucatán carece prácticamente de agua
en la superficie. La lluvia se sumerge en los estratos subyacentes de piedra caliza y
algunas veces excava receptáculos subterráneos.
A veces la cubierta de uno de ellos se hunde y abre profunda sima al aire libre. Pero como
ocurrió en Zoh Laguna, el mismo lecho calizo del lago se hunde muchas veces con el
tiempo, y lo que parecía abundante depósito de agua desaparece de la noche a la
mañana.
Esta sucesión de hundimientos puede tal vez explicar las ruinas mayas de las cercanías
que los exploradores forestales de Medina han visto desde el aire.
Pero el lugar era estratégico y no distaba mucho de una pista de aterrizaje cubierta de
matorrales y utilizada hace tiempo por una expedición de buscadores de chicle. Los
marcadores de trochas legaron hasta allí abriendo a machetazos un sendero de 250
kilómetros de longitud hasta el puertecillo marítimo de Chetumal.
Cuando agrandaron el espacio libre, se transportaron en avión, centenares de hombres,
una central de energía eléctrica, casas para armar, provisiones, agua y mulas. Entre
tanto, una flota de explanadoras y camiones inició la construcción de una carretera desde
Chetumal.
Antes que las cuadrillas que construían la carretera llegasen hasta ella, Zoh Laguna era
una ciudad activa con caminos radiales hasta los mejores bosques madereros y pozos de
agua. El primer camión que llegó a la ciudad en 1947 fue despachado sin pérdida de
tiempo a Chetumal con caoba destinada a la Florida.
5
“Esta no es una explotación forestal de otros tiempos, sino una granja de caoba”, hace
observar Medina mientras señala un vivero que contiene millones de pies de árbol y del
cual proceden lo que se plantan en el bosque enseguida de talarlo.
Todas las etapas del funcionamiento de la empresa están planeadas para el porvenir. La
carretera de Chetumal, que abre a las comunicaciones una zona de más de 100,000
kilómetros cuadrados, está sólidamente construida y provista de puentes para ser el
primer eslabón de un sistema de carreteras que con el tiempo conectará la península con
el interior de México.
Mientras tanto, una campaña incesante de drenaje y saneamiento ayudada por el
poderoso desinfectante DDT, ha vencido a la malaria y la disentería, la viruela y otras
amenazas semejantes.
La mayoría de los hombres de Medina y sus familias- unas 10,000 personas en total- son
de origen maya. Están mejor alimentados, mejor albergados y más sanos que lo estuvo
en toda la historia de su raza. Están criando hijos instruidos, aprendiendo artes nuevas y
creando un espíritu nuevo.
En 15 años, el esfuerzo y la inteligencia de Medina los han elevado desde el mero nivel
de subsistir al estado de productores y consumidores importantes, constructores de una
economía más fuerte para su país.
Medina ha demostrado cómo las muchas grandes zonas de la América Latina que están
intactas pueden hacerse productivas y habitables para la creciente población… y por la
propia actividad de los naturales, sin enormes inversiones iniciales, sin préstamos
extranjeros y sin ayuda del gobierno.