Con motivo de celebrarse el 11 de
junio el aniversario 116 del nacimiento del Ing. Alfredo Medina Vidiella,
fundador de los poblados de La Sierra, la Colonia Yucatán y Zoh Laguna, presentamos este artículo
publicado en la página www.coloniayucatan.com.mx .
“Ing. Alfredo Medina Vidiella en la
Revista Selecciones. “
Corría el año de 1962, las industrias
madereras que creara el Ing. Alfredo Medina Vidiella en los estados de Yucatán
: Maderas de Yucatán en el Campamento La Sierra y Maderera del Trópico, en la Colonia Yucatán;
así como Caobas Mexicanas en el poblado de Zoh Laguna , en el vecino estado de Campeche, estaban en auge.
Aparte de estas empresas estaban las comercializadoras
y oficinas de venta en muchas partes del país y del mundo.
Esto llamó la atención de la
prestigiosa revista Selecciones del Reader’s Digest para enviar a sus
corresponsales a elaborar un amplio reportaje sobre la obra de Medina Vidiella,
para publicar a través de una colección de artículos que dan ejemplos de
grandes triunfos logrados por el esfuerzo, la perseverancia y la fe, de los
hombres visionarios .
Para ello visitaron esos poblados y
sus selvas, y sobrevolaron la península
de Yucatán para conocer los lugares donde se asentaban esas industrias.
Este reportaje fue publicado en El Libro de los éxitos, que tiene en su
portada dibujos de inventos y obras que permitieron el desarrollo industrial
del mundo moderno,; así como imágenes de
grandes hombres como Cristóbal Colón, Marconi, Henry Ford y otros.
Este documento que presentamos es tomado de un artículo
del libro original que Ariel López Tejero conserva como un gran tesoro y
que ha proporcionado para su difusión sin fines de lucro a esta página de la
Colonia Yucatán, mismo que presentamos a continuación:
LO LLAMABAN “EL LOCO”
Cómo un solo hombre reconquistó a
Yucatán.
Por
Robert Spiers Benjamin.
Condensado de “ Américas”
EL
LIBRO DE LOS ÉXITOS.
Cuando
el joven Alfredo Medina se lanzó a colonizar el interior de Yucatán, hasta sus
amigos lo llamaban “el loco”. Durante 400 años-desde que las voraces selvas
yucatecas se tragaron el imperio de los mayas- la civilización sólo había
sobrevivido en angosta faja costanera de aquella región, la más selvática de
México. Unos cuantos buscadores de chicle penetraron en el interior, y algunos
leñadores mordiscaron las selvas en los bordes cercanos al mar; pero las vastas
extensiones verdes de la región permanecieron virtualmente intactas desde el
golfo de México hasta el mar Caribe.
Alfredo
Medina, hijo de un rico plantador de henequén (la resistente fibra usada para fabricar
cuerda y otros artículos) se graduó de ingeniero en el Instituto Politécnico Rensselaer de la ciudad de Troy, en el
estado de Nueva York, y regresó a Mérida, la capital de Yucatán, donde se
dedicó a la construcción de casas y caminos. Su negocio marchaba prósperamente
cuando en 1935 fueron expropiadas las haciendas de henequén y parceladas en granjas comunales. La fortuna
de Medina se desvaneció, cesó la actividad de construcciones en Mérida, y la
compañía de Alfredo se arruinó. Sólo le quedaron al joven ingeniero un puñado
de pesos y una idea.
Haciendo
caso omiso de las alharacas compasivas de sus amigos, Alfredo desapareció de la
ciudad y se internó en la selva acompañado de un guía. Algunas semanas más
tarde se dirigió a un banco de Mérida- propietario de un magnífico bosque de
cedro rojo antillano que había descubierto en una excursión- y propuso que le
concedieran el derecho a talarlo mediante pago de un tanto por árbol. Los
banqueros contaron a Alfredo la triste historia de cómo aquel bosque había
llegado a ser suyo a consecuencia del fracaso de otro talador después de luchar
tres años con la selva. “Ya lo sabía”, contestó tesoneramente Medina.
Entonces
ofrecieron venderle la propiedad en 26,000 pesos. “Ni siquiera tengo 260
pesos”, repuso Alfredo. Ante esta respuesta los banqueros adoptaron la actitud
de que en último término nada podían perder, y firmaron un contrato de tala a tanto
por árbol.
Quince
años después, un grupo de fabricantes estadounidenses de muebles hizo una
excursión aérea por Yucatán a invitación de Alfredo Medina. Volaron sobre un
imperio maderero de 1’400,000 hectáreas por cuyos 800 kilómetros de
caminos se llevan los cargamentos de cedro y rica caoba a dos puertos en los
cuales se embarcan para mercados extranjeros.
En
el lugar donde Medina taló los primeros árboles vieron una ciudad modelo, con
enormes fábricas de nueva construcción que producen madera enchapada, muebles
desarmables y casas para armar para las ciudades en expansión creciente de
México.
A
300 kilómetros
de distancia hacia el sur vieron otra ciudad moderna en pleno desarrollo.
Viajando en el avión DC-3 particular de Medina, oyeron como “el Loco” hablaba
por radioteléfono desde el aeroplano con las oficinas y los remotos campamentos
de avanzada.
Medina
ha tenido éxito por haber desafiado las tradiciones. “La cosa de mayor
valor-dice- que aprendí en Renssalaer fue ensuciarme las manos”. Era
tradicional que los jóvenes de buena familia se mantuviesen alejados del
trabajo manual. Pero cuando Alfredo la emprendió con su primera concesión
maderera, manejó un machete al frente de la cuadrilla que abrió una trocha de 65 kilómetros hasta
el primitivo puerto de El Cuyo. Por meses durmió en una hamaca y ayudó a
aserrar los gigantescos cedros que tiros de mulas arrastraban hasta el golfo.
La
segunda innovación que hizo fue todavía más revolucionaria. Los inseguros
campamentos de buscadores de chicle y taladores en Yucatán eran otros tantos
refugios de vagabundos y fugitivos de la justicia a quienes podía contratarse
por salarios muy bajos. Por regla general se les daba mala alimentación y
miserable alojamiento.
A
su vez los trabajadores hurtaban el esfuerzo y reducían la producción que el
libertinaje y el elevado número de enfermos mermaban todavía más.
Medina
buscó a sus hombres en las familias yucatecas y les ofreció salarios y bonos.
“Durante un tiempo-dice- ellos ganaron más que yo”. Eran hombres a los cuales
podía hacer partícipes de su sueño personal para el porvenir. Por la noche les
hacía en el campamento brillantes descripciones de “lo que podemos hacer”-
casas permanentes para las familias de los trabajadores, escalas ascendentes de
salarios, crecientes oportunidades para los industriosos.
El
nuevo punto de vista trajo su recompensa por lealtad y cooperación. En pocos
meses Alfredo logró improvisar una pista de aterrizaje, alquilar un avión de
carga y llevar por aire, pieza por pieza, maquinaria de aserrar hasta el
campamento, al cual bautizó con el nombre de Colonia Yucatán.
Luego
envió tablones en vez de trozas por la trocha hasta el Cuyo. Más tarde, para
llegar más
aprisa al puerto, Alfredo ideó un ferrocarril de 60 centímetros de
anchura por el cual un tractor con ruedas de caucho arrastraba 15 vagones de
plataforma y hacía el trabajo de una flota de camiones.
En
el segundo año, Alfredo pagó al banco 40,000 pesos de derechos. Al cabo de
cuatro años compro la propiedad… por un millón de pesos en vez de los 26,000
pesos que el banco le pidió en la primera entrevista. Pero el trato todavía era
excelente.
Colonia
Yucatán alberga actualmente a la mayor parte de los 3.000 obreros de Medina con
sus familias. Por cada casita, con electricidad y agua corriente, no se exige
el pago de arrendamientos, pero a condición de que el inquilino la pinte todos
los años y tenga los cerdos y pollos dentro del cercado.
Cuando
la gente quiso tener cinematógrafo, Medina lo construyó, pero insistió en que
un comité de obreros lo administrara comercialmente para ganar dinero.
Recientemente el comité empezó los trabajos de una piscina de natación en la
plaza principal que será costeada con las ganancias del cinematógrafo.
Medina
también es dueño de los mercados, la barbería, la panadería y otros edificios,
pero los alquila como concesiones.
Sus
oficinas vigilan para que los precios den a los concesionarios beneficios que
no pasen de modestos; en compensación los garantiza contra pérdidas.
Un
hospital moderno y un estricto reglamento de sanidad combaten con éxito las
enfermedades de la selva; es obligatoria la asistencia a la escuela modelo
construida por la compañía. Además la ciudad está prácticamente limpia de
delincuentes, condición que data del primer robo cometido en el rudo campamento
original. Cuando el culpable fue identificado, Medina le dio la paga de
despido, le entregó alimentos y le hizo salir caminando por la trocha hasta el
puerto a tres días de distancia.
Esta
Ley de la selva ha sido observada desde entonces por aclamación popular. Es un
enérgico disuasivo.
Medina
paga al peón 20 pesos por día, pero los conductores de explanadoras y otros
obreros de primera fila ganan hasta 85 pesos. Estos salarios, unidos a la casa
habitación y otros beneficios, son extraordinarios en México. Pero no son
desproporcionados con los altos niveles de producción alcanzados por los
métodos de Medina. “Si no fuese beneficioso no podríamos hacerlo”, explica
claramente.
En
1946, Medina inició la conquista del verdadero corazón de Yucatán. El primer
paso fue emplear a Don Drury, joven ingeniero forestal de la Universidad de
Washington. Drury instaló la fábrica de madera enchapada y se convirtió en
socio y director general de todas las industrias de la Colonia Yucatán.
Medina
hizo constantes vuelos de ida y vuelta a sus oficinas de la ciudad de México
para organizar una nueva compañía para explotar las reservas de caoba virgen
que hay en el interior de la selva.
El
centro productor de caoba, Zoh Laguna, fue literalmente fundado por el aire.
Debe su nombre – Laguna Seca- a uno de los azahares naturales que contribuyeron
a arruinar a los mayas. Con toda su riqueza forestal, el sur de Yucatán carece
prácticamente de agua en la superficie. La lluvia se sumerge en los estratos
subyacentes de piedra caliza y algunas veces excava receptáculos subterráneos.
A
veces la cubierta de uno de ellos se hunde y abre profunda sima al aire libre.
Pero como ocurrió en Zoh Laguna, el mismo lecho calizo del lago se hunde muchas
veces con el tiempo, y lo que parecía abundante depósito de agua desaparece de
la noche a la mañana.
Esta
sucesión de hundimientos puede tal vez explicar las ruinas mayas de las
cercanías que los exploradores forestales de Medina han visto desde el aire.
Pero
el lugar era estratégico y no distaba mucho de una pista de aterrizaje cubierta
de matorrales y utilizada hace tiempo por una expedición de buscadores de
chicle. Los marcadores de trochas legaron hasta allí abriendo a machetazos un
sendero de 250
kilómetros de longitud hasta el puertecillo marítimo de
Chetumal.
Cuando
agrandaron el espacio libre, se transportaron en avión, centenares de hombres,
una central de energía eléctrica, casas para armar, provisiones, agua y mulas.
Entre tanto, una flota de explanadoras y camiones inició la construcción de una
carretera desde Chetumal.
Antes
que las cuadrillas que construían la carretera llegasen hasta ella, Zoh Laguna
era una ciudad activa con caminos radiales hasta los mejores bosques madereros
y pozos de agua. El primer camión que llegó a la ciudad en 1947 fue despachado
sin pérdida de tiempo a Chetumal con caoba destinada a la Florida.
“Esta
no es una explotación forestal de otros tiempos, sino una granja de caoba”,
hace observar Medina mientras señala un vivero que contiene millones de pies de
árbol y del cual proceden lo que se plantan en el bosque enseguida de talarlo.
Todas
las etapas del funcionamiento de la empresa están planeadas para el porvenir.
La carretera de Chetumal, que abre a las comunicaciones una zona de más de 100,000 kilómetros
cuadrados, está sólidamente construida y provista de puentes para ser el primer
eslabón de un sistema de carreteras que con el tiempo conectará la península
con el interior de México.
Mientras
tanto, una campaña incesante de drenaje y saneamiento ayudada por el poderoso
desinfectante DDT, ha vencido a la malaria y la disentería, la viruela y otras
amenazas semejantes.
La
mayoría de los hombres de Medina y sus familias- unas 10,000 personas en total-
son de origen maya. Están mejor alimentados, mejor albergados y más sanos que
lo estuvo en toda la historia de su raza. Están criando hijos instruidos,
aprendiendo artes nuevas y creando un espíritu nuevo.
En
15 años, el esfuerzo y la inteligencia de Medina los han elevado desde el mero
nivel de subsistir al estado de productores y consumidores importantes,
constructores de una economía más fuerte para su país.
Medina
ha demostrado cómo las muchas grandes zonas de la América Latina que están
intactas pueden hacerse productivas y habitables para la creciente población… y
por la propia actividad de los naturales, sin enormes inversiones iniciales,
sin préstamos extranjeros y sin ayuda del gobierno.
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