Época
de auge en la Colonia Yucatán . (III)
Diario
de Yucatán, Mérida, Yucatán, domingo 15 de mayo de 1991
Al
pie de la selva.
Recuerdos
de Colonia Yucatán
Por
Alfonso Manzanilla Ruz.
Las
quemas y los voraces incendios siempre nos acecharon.
Recuerdo
que los enormes “buldózer” continuamente
mantenían limpias las guardarrayas que rodeaban a Colonia Yucatán. Además
existía un grupo de bomberos voluntarios entre quienes se encontraba mi papá
quién, cada vez que el ronco sonar de los silbatos nos avisaba en la madrugada
de algún siniestro, saltaba de la cama y a la carrera, se ponía su impermeable
y así se metía debajo de la regadera para salir, a toda prisa, a combatir el
siniestro junto con otros empleados y obreros, dado que las edificaciones de la
población eran de madera.
Pero
no solo eso preocupaba a los habitantes. Este centro industrial también se veía
afectado por fuertes huracanes, aunque los techos fabricados a base de guano
siempre resistieron los embates de los vientos, no así los que tenían láminas,
lo que demuestra porqué los mayas también empleaban la paja para techar sus
viviendas.
En
la escuela, el personal docente, predominantemente femenino, contaba con la
“casa de las maestras”, éstas de quienes tenemos gratos recuerdos. Entre ellas
la guapa y esbelta Gilda Flores, la alegre Helga Durán, la amiga “Chelín”
Fernández, la impredecible “Lupi” Conde, la temperamental Thelma Antuña, la
pequeña pero excelente y estricta Betty Conde, Bertha María y muchas más.
Las veladas que organizaba el personal docente,
con el apoyo y colaboración de los padres de familia, siempre eran un éxito,
pues las más de las veces incluían actuaciones de alumnos de todos los grados,
desde los párvulos hasta los de sexto grado, con el debido acompañamiento al
piano de la ameritada maestra Elisa de Pérez y “Mommy “ Rejón Osorio.
Por su parte, la mayoría de los maestros
también participaba y presentaba algunas comedias en el amplio escenario, con
continuos cambios de luces y murales para hacer más real el tema y, desde luego
su actuación.
Las
verbenas populares eran otra forma de diversión, a la vez que servían para
recabar fondos para diversas actividades culturales o de beneficencia. Se
organizaba en el parque central y se veían muy concurridas, pues la empresa
aportaba suficientes materiales para fabricar elegantes puestos, que con sus
toldos y paredes multicolores le daban verdadero ambiente y sabor de feria a
esas actividades encaminadas a lograr algún fin benéfico.
Además,
la variedad de antojitos, artículos expuestos y juegos para divertirse en los
que se ganaban juguetes y artículos útiles para el hogar, hacían más atractiva
la fiesta.
Papel
importante tuvieron en mi vida- y estoy seguro que también en las de los demás
chiquillos, que como yo, comenzaban a “nacer al mundo”- los baños en los
cenotes, que no eran otra cosa sino verdaderas excursiones llenas de encanto y
también de peligro.
La odisea comenzaba desde temprana hora cuando
varios padres de familia, que con la debida anticipación se ponían de acuerdo,
procuraban tener listas comidas, escaleras portátiles, salvavidas, cuerdas de
protección etc. El andar por las brechas de la selva comenzaba a las 6 o 7 de
la mañana y en no pocas ocasiones vimos, y llegamos a conocer el peligro que
significaban víboras como la “cuatro narices”, cascabel,”chicotera”,
coralillo y la “huolpoch”, mortíferas a la primera mordedura, y la no menos
impresionante, aunque inofensiva “ratonera”. Así, en “fila india”, entre risas
y gritos, disfrutábamos bajo los árboles tropicales del canto de las
chachalacas, los “pah” y las cigarras
y de las formas y colores de infinidad de flores silvestres y la frescura del
agua acumulada en charcas, aguadas y sartenejal. Tras la jornada, de 6 o 7
kilómetros, arribábamos al cenote “el 37” o “cenote Azul”.
Machete
en mano, los mayores procedían a desmontar el espacio suficiente para acampar y
después fijaban las escaleras para facilitar el acceso a la amplia boca del
cenote. El primer clavado en las frías y cristalinas aguas lo daba quién tenía
la responsabilidad de fijar la cuerda de seguridad, de pared a pared, en el
interior del cenote, de donde los más pequeños nos sujetábamos para evitar
algún accidente.
Las
caminatas y las refrescantes aguas, el sol, la brisa y el ambiente, todo se
conjugaba para hacernos sentir en pleno contacto con la naturaleza que nos
rodeaba y también nos abría el apetito y propiciaba que comiéramos todo cuanto
llevaban nuestros papás. Nuestra hambre era feroz, y a decir verdad devorábamos
todo lo que teníamos a nuestro alcance.
Algunos
domingos eran más tranquilos. Después de la misa de las 8 de la mañana y de
disfrutar de un buen desayuno o asistir a alguna Primera Comunión, formábamos
nutrido grupo de ciclistas aficionados a la colección de mariposas, y
emprendíamos ruidoso viaje de 10 kilómetros hacia El Potrero, a donde
llegábamos después de pasar por el vivero forestal. La hortaliza, la zona de
reforestación y la aguada. El potrero era un antiguo paraje donde pastaban las
mulas, primeros medios de transporte que empleó la empresa para acarrear los
víveres de El Cuyo a Colonia Yucatán, hasta que un tractor suplió esas penosas
caminatas.
Durante
esos viajes la selva nos proporcionaba gran variedad de mariposas que
enriquecían las libretas donde las coleccionábamos, para después intercambiar
las que teníamos repetidas.
Algunas-cosa
increíble- servían de decoración, por sus vistosos colores, a las lámparas que
se fabricaban en la población.
Las
posadas navideñas significaban una serie de preparativos. Se realizaba una
todos los días en casa de algún funcionario quién ponía en juego toda su
imaginación para decorar su casa, incluidos los jardines, de acuerdo con los
disfraces o época a la que correspondía la fiesta. Recuerdo bien una de piratas
donde podía admirarse baúles, cofres, monedas doradas por doquier, lianas,
mástiles de un gran barco bien simulado con sus cañones y los piratas; desde
los más elegantes hasta los más estrafalarios y sanguinarios.
Al
hacer estas remembranzas pienso también en las numerosas caras infantiles que
veía en la fiestas de cumpleaños; las de los Geyne, Garduño, Hasrtman,
Barriguete, González, Marín, Perera, Lezama, Ríos, Regla, Zamudio, Rodríguez,
León, Jaimes, Mena, Serratos, Zapata, Teté y muchos niños con quienes dado el
exceso de población infantil y lo seguido de los cumpleaños, no había semana
que no compartiésemos unos ricos tamalitos, un sabroso pastel o cualesquiera
golosinas.
La
doctrina era obligatoria. Los sábados nos reuníamos de 60 a 80 niños, con la
“Chata”, quien al concluir la clase nos entregaba nuestros “puntos” que después
cambiábamos por vistosos juguetes.
La
oficina de reforestación tenía una unidad de trabajo: por cada cedro que
talaba, sembraba diez. Desgraciadamente las “unidades ejidales” que empezaron a
crearse en los alrededores destruyeron los sueños y los esfuerzos materiales,
físicos y económicos de la empresa por hacer realizad algo tan importante: ¡Que
la selva no se acabara jamás¡
Los
que vivimos es esta población en esa época vimos cómo, con entrega y esfuerzo,
el sueño de un joven profesional-hijo de hacendados henequeneros- a quien apodaban “ El Loco”, y que de ello no
tenía nada- se hizo realidad al crear el que fuera, en poco tiempo, un gran
centro industrial y maderero.
Sirvan
las líneas de este último artículo como testimonio de nuestro agradecimiento,
pues nos forjó por el camino del bien y nos enseñó la alegría de vivir
sanamente, en contacto directo con la naturaleza, y a valorar la unidad
familiar y del trabajo, que son la base para la recompensa los esfuerzos que nos llevan, sin darnos
cuenta, a la consecución del bienestar propio y de quienes nos rodean.
Finalmente,
algo en que deben meditar las generaciones venideras. Primero, no olvidar que
las raíces del hombre son el campo, la tierra, el aire, los animales, la
naturaleza misma, a la que deben proteger y conservar. Segundo, que al alzar
los ojos al cielo para admirar por las noches la luna y las estrellas, así como
otros mundos lejanos, deben sentir la presencia de ese “algo” o ese “alguien”
que los aliente a seguir luchando para legar a la humanidad entera una vida y
un mundo mejores.
A.M.R.-Mérida Yuc.,mayo de 1991.
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